Los anuncios son el alma del capitalismo, por lo que no sorprende que estén con nosotros en cada paso del camino. Hay muchos de ellos, como un coche a toda velocidad en la autopista, que percibimos pero no nos mueven en exceso, pero también hay aquellos a los que prestamos algo más que el rabillo del ojo. Estos suelen firmarse con una organización humanitaria o de protección del medio ambiente y crean conciencia, y no tanto ayudan a hacer girar las espirales del consumismo.
