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Cuando se va sin una explicación, lo único que queda eres tú y tu pregunta: "¿Por qué?"

Cuando el corazón busca respuestas que la mente ya conoce.

Foto: envato

Todo comienza con la promesa de la eternidad: que él permanecerá, pase lo que pase. Pero a veces la puerta se cierra sin decir adiós, dejando tras de sí un vacío que llenas con la esperanza de que volverá. ¿Qué pasa si no lo hay?

Toda historia de amor tiene su comienzo: chispas, promesas y esa sensación de que el mundo finalmente ha encontrado su significado. Pero, ¿qué sucede cuando todo lo que era bello se hace añicos y se convierte en silencio? Cuando la puerta permanece cerrada detrás de él y sólo queda una pregunta: ¿Volverá?

El vacío después de la partida

El apartamento estaba en silencio como una promesa que nunca cumplió. Me quedé mirando la taza de café que hacía tiempo que había perdido su calidez, tal como las palabras que una vez nos susurrábamos en las mañanas soleadas. El aire estaba cargado de recuerdos, mezclados con los minuciosos detalles de su presencia. La camiseta que colgaba de la silla. La mitad de su perfume en el estante del baño.

Pero él no estaba allí. ¿Y yo? Estaba atrapada en este limbo sin fin, entre la esperanza y la desesperación.

Foto: envato

¿Por qué se fue?

Seguí reviviendo el momento en que salió por la puerta. ¿Podrías decir algo más? ¿Podrías sostenerlo? Esas preguntas que te mantienen despierto a las tres de la madrugada intentando encontrarle una razón a aquello que te hizo pedazos.

Dijo que necesitaba tiempo. Espacio. Que hay demasiada presión. Pero no entendía cómo lo que para mí era todo podía ser demasiado. ¿Espacio? ¿Cómo puede el amor necesitar distancia?

Cogí mi teléfono, hojeé los últimos mensajes y me detuve en el suyo: "Volveré cuando esté listo". ¿Pero listo para qué? ¿A la vida sin mí?

Foto: envato

La espera como forma de dolor.

Era como un largo y aburrido viaje en tren a través de la niebla. No sabía cuándo terminaría ni adónde me llevaba. Estaba atrapada en mi propio mundo de dudas, donde todo lo que hacía estaba coloreado por el pensamiento de él. Cada sonido en el pasillo me hacía ponerme de pie; cada paso de un extraño me llenaba por un momento de falsas esperanzas.

El amor muchas veces nos hace sentir lo que no creíamos que éramos capaces de sentir: esperanza que duele. Esperando a un hombre que tal vez nunca vuelva a cruzar tu umbral.

Amor sin billete de regreso

¿Realmente volverá? Y si es así, ¿quién cruzará esa puerta? ¿Seguirá siendo él? ¿Seguiremos siendo nosotros? ¿O nos perderemos en las versiones de nosotros mismos que han cambiado mientras tanto?

Empecé a preguntarme: ¿Qué espero? ¿Para disculparse? ¿Para abrazarme y decirme que se equivocó? Y por mucho que anhelara sus palabras, una parte de mí sabía que ciertas salidas eran definitivas.

El amor no es una autopista donde siempre se puede regresar. Algunas historias no tienen billete de regreso, solo hay llegada o salida.

¿Qué hay de mí?

Cuando estaba recostada en el sofá y mirando al techo, finalmente me permití preguntar algo que antes no me había atrevido a preguntar: ¿Y si no se trata de eso? ¿Volverá? ¿Y si llega el momento de hacerlo? ¿Lo quiero de vuelta?

Darse cuenta fue doloroso. Si él regresaba, ella tendría que reconstruir todo lo que él había destrozado: todas las ilusiones, todas las conversaciones y promesas incumplidas. Pero al mismo tiempo, sabía que si él no regresaba, sólo tenía una cosa que recuperar: yo mismo.

Foto: envato

Un amor que no volveré a pedir prestado

Esa noche me di cuenta de algo importante. Ya no pediré prestados pedazos de mi felicidad a cambio de migajas de esperanza. No voy a esperar a que alguien me deje en mitad de una historia en la que yo debía ser el protagonista.

El amor no es un hotel con puertas abiertas donde la gente puede entrar y salir cuando quiera. El amor es el hogar, y el hogar nunca es un refugio temporal.

Si no regresa...

Si él no regresa, es posible que todavía sienta el dolor por un tiempo, porque el amor no desaparece de la noche a la mañana. Pero no dolerá para siempre. Aprendí que el final no siempre es la derrota. A veces es sólo el comienzo de la historia que estás escribiendo tú mismo.

Esa mañana le quité la camisa de la silla. No por ira, sino por amor propio.

 

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