Amar. Una palabra que una vez pronuncié con tu nombre en mis labios. El sentimiento que llenó mi alma cuando me miraste, bueno, al menos cuando me notaste. Yo era tuyo. Con todo mi corazón, sin reservas, sin inhibiciones. Te di todo lo que era.
¿Y tú? Me tenías. Pero nunca realmente.
Te llevé en mis pensamientos, en mis sueños, en mis oraciones. Pero siempre me dejaban solo. Solo en nuestras conversaciones eso no sucedió. Solo en abrazos que se han convertido solo en un recuerdo. Sola en una relación donde amaba por los dos.
¿Cuántas veces he rogado, no en voz alta ni con lágrimas, sino con acciones silenciosas e imperceptibles? ¿Cuántas veces he esperado que reconocieras lo mucho que me importas? ¿Cuántas veces me he convencido de que un día verás lo que nos espera?
Pero ya no puedo más.
Ya no puedo ser el que siempre se adapta, el que siempre espera, el que siempre entiende. Ya no puedo mirarme al espejo y decirme que esto es suficiente, que TÚ eres suficiente.
Porque no lo hiciste.
No porque no fuera digna de amor, sino porque nunca me amaste de una manera que me hiciera sentir que realmente era la única para ti.
El amor no debería mendigar
Ya no pediré más tu atención. Ya no me sentaré a tu lado y esperaré que finalmente mires hacia mí, en lugar de hacia tu mundo donde no estoy. Ya no esperaré las palabras que nunca dirás. Ya no buscaré razones para que no puedas amar como yo te amo.
Ya no seré yo quien siempre encuentre excusas para tu ausencia, tu frialdad, tu indecisión.
Y por eso me voy.
No porque ya no te ame, sino porque finalmente tengo que amarme a mí mismo.
Merezco a alguien que vea mi valor, no sólo cuando ya no esté. Merezco un amor que no sea un rompecabezas, que no sea unilateral, que no sea algo que tenga que demostrar todos los días.
Quizás algún día lo entiendas. Quizás sólo te darás cuenta de lo que has perdido cuando sea demasiado tarde.
Pero no estaré allí entonces.
Porque a veces el amor más grande no es el que se queda, sino el que sabe irse.